Escribe: Jazmín Luna // Así lo manifestó el Coordinador General de la Asociación Civil Cooperanza -que funciona en el Hospital Borda-, quien forma parte de un colectivo social que se constituye como una alternativa al modelo manicomial actual. En él, se reconocen a los participantes como individuos particulares y se revaloriza la subjetividad de cada uno // Entrevista a Diego Nacarada //
Son más de las seis de la tarde y en el tradicional bar La Perla, ubicado en el barrio de Once, un joven espera sentado para contar una historia. Se lo nota paciente, ignorando los ruidos de la ciudad y aguardando el equipo de mate que un mozo, poco antes, le prometió alcanzar a su mesa.
Mientras tanto observa los movimientos que se suceden a su alrededor. Está atento, pensante, quizás su mente se encuentra anticipándose a lo que vendrá, a lo que irá a decir. Nadie lo sabe.
Sin embargo, de a ratos, su mirada desnuda un secreto que intenta ocultar desde que llegó: Diego no está en el bar; Diego está allá, en el mundo y con los personajes que alguna vez eligió para que lo acompañen en el resto de su vida. Está viviendo la historia, en este momento, sin abandonar las paredes lo contienen. Está lejos, pero vuelve.
Nos percibe deseando que sus palabras atraviesen el silencio que acaba de generarse y se dispongan a narrar ese relato en el que conviven: la realidad del encierro y la locura de la libertad.
Con el mate listo, algunos papeles en la mesa y el grabador encendido, Diego Nacarada, psicólogo social, comienza a desandar los primeros pasos del colectivo social del que forma parte hace doce años y al que coordina desde hace ocho: Cooperanza.
“Bueno, Cooperanza tiene una experiencia previa que fue la Peña Carlos Gardel, fundada por Alfredo Moffat; el objetivo que perseguía era que a través de ritos populares se pudiera trabajar la trata vincular sobre el abandono que padecían las personas internadas en el Hospital. De alguna manera intentar reconstruir esa historia que había sido detenida en el tiempo. Porque estando en el hospital el tiempo era un tiempo infinito, sin presente o un presente continuo, en realidad. El propósito de la Peña tenia que ver con romper un poco eso y devolverles la condición de sujeto de derecho que a veces la internación, en el mismo hospital se la roba y pierden todo lo que tenía que ver con su historia. Y si uno no puede saber desde donde viene, es difícil ver hacia dónde va. Es como la mochila que llevamos diariamente”.
La iniciativa de Alfredo Moffat y Enrique Pichón Riviere, ambos exponentes de la Psicología y Psiquiatría en Argentina, permitió que a fines de la década del sesenta intervinieran alrededor de 500 pacientes, que se encontraban hospitalizados en el José T Borda. En ese momento habían declarado al espacio ubicado al fondo de dicha institución, territorio liberado de la acción manicomial. Tuvieron un mástil, que vio alzada una bandera por más de dos años.
Esa experiencia dio lugar al libro de Psicoterapia del oprimido, escrito por Moffat, que fue editado seis veces y se convirtió en material de lectura obligatoria en Latinoamérica. Sin embargo, el escrito no fue el único fruto cosechado de aquella época. Las raíces de aquella iniciativa, tiempo después y a pesar de los vaivenes de la historia, fueron recuperadas por Cooperanza.
“Un tiempito antes que comience la época de la dictadura, cuando ya habían empezado con las persecuciones y demás, se decidió para salvaguardar tanto al equipo como a los pacientes suspender el espacio. Y se retomó en el año1985, con la llegada de la democracia. En un principio planteadas en la Cooperativa Esperanza, que tenía un fin de trabajar en forma cooperativa desde un espacio laboral, en emprendimientos que tenían que ver con un taller de reciclado de guantes descartables (..) pero bueno, el Hospital desapareció en toda su dimensión y abortó todos estos proyectos. Lo que era la Cooperativa Esperanza adquirió forma de lo que hoy es Cooperanza, que tomó un poquito de esa raíz que fue la Peña Carlos Gardel y se le fueron agregando otras cuestiones, tal vez más relacionadas con el contexto actual”.
“Cuando surge la Peña Carlos Gardel, la mayoría de los pacientes internados eran personas que llegaban desde el interior del país, por esto se trabajaba desde lo que era la pulpería, los ritos de la ronda de mateada y demás. Nuestra búsqueda fue la de readaptar esa experiencia teniendo en cuenta que ahora en Cooperanza participan muchachos que están ligados a cuestiones que tienen que ver con sociopatía o, cuestiones de adicciones. Y lo más maravilloso de hoy es que dado esta característica, pueden convivir personas cronificadas por la institución desde hace 40 años de internación, con personas que entraron por sociopatías hace algunos meses”.
Cooperanza es una asociación civil sin fines de lucro cuyo objetivo principal reside en construir un espacio de encuentro. Nacarada cuenta que se abrió “con dos pesos”, con lo mínimo e indispensable, pero que gracias a la creatividad del equipo de trabajo se pudo mantener en el tiempo. Hoy, lleva 24 años funcionando en el parque del Hospital Borda y, es el lugar por el que más gente circula, dentro del resto de los espacios que se propusieron superar la lógica del encierro.
Su búsqueda adquiere mayor significación si se tiene en cuenta que más del 80, 90 por ciento de las personas que participan en Cooperanza están aisladas. Es decir, que además de cosificadas –puestas en lugar de objetos dentro de un sistema de salud- están solas, no reciben visitas.
“Cooperanza primero plantea un espacio de encuentro y a partir de encontrarse con un otro, empiezan a generarse los mecanismos vinculares de poder ser reconocido. El otro no funciona como objeto, entonces me devuelve la mirada. A partir de que me devuelve la mirada, yo existo, sino estaría aislado. Y para que pueda suceder eso, lo que utilizamos como medio son los talleres”.
La asociación desarrolla la actividad con los pacientes -a los que llama bajo la denominación “muchachos”- a través de cinco talleres: música, teatro, plástica, literario y juegos. Todos ellos relacionados con el arte, desde la posibilidad de expresar un sentimiento y con el hecho de que cada uno de los sujetos que participa, pueda encontrar proyectos en común con el otro y sentir que está acompañado por alguien que está en su misma situación.
“Además, se busca el poder generar un espacio de pertenencia para que los muchachos se puedan apropiar de algo. Dado que al entrar al hospital son despojados de sus pertenencias materiales pero también de sus derechos: el derecho a votar, a que se escuche su voz, a poder decidir qué hacer con su vida, con su futuro.
Entonces, se pensó generar un espacio en el que puedan tener una cierta libertad de elección. Y eso hace que la persona pueda desarrollar su potencial y bueno, nos encontramos cotidianamente con personas que trabajando dentro de la dinámica que propone el hospital, están completamente inmovilizadas y son poco participativas; luego,esas mismas personas dentro del espacio de Cooperanza, redescubren toda su potencia creadora, su condición humana, su condición de sujeto con derechos”.
Una vez que los talleres finalizan, cuenta Nacarada, se produce el momento de la asamblea. Breve interrupción mientras recoge el mate que se convierte en su súbdito y señala: “Es donde nos reunimos todos, donde todos estamos a una misma distancia y donde el espacio posibilita que la ronda funcione como un momento de contención y reconocimiento. Porque uno para donde mire va a encontrar un compañero que lo va a mirar a la cara, a los ojos”. Esta situación adquiere valor para Cooperanza porque garantiza que los muchachos se reconozcan como sujetos activos. “Porque uno cuando hace, es”, sentencia el joven Coordinador.
Cuando se le pregunta cuál es el propósito de Cooperanza, cuáles son sus horizontes políticos, sus objetivos, este hace una pausa. Tal vez porque un centenar de pensamientos atraviesan su mente es ese momento. Tal vez, porque piensa en él, en sus propios objetivos, en aquellos que lo condujeron al Hospital Borda. Se acuerda de él, llevando donaciones a los internos y participando en La Colifata, espacio que luego dejaría para dedicar su vida a Cooperanza. Se ve a sí mismo y reproduce la imagen de lo que una vez alguien le dijo cuando recién comenzaba a trabajar con los muchachos, “vos llegaste para quedarte, me dijo y supongo que algo de eso tuvo su peso o me resultó significativo porque es hasta el día de hoy que sigo sin el alta, que sigo ahí”. Habla de “ahí”, que es el Borda, que es Cooperanza y que es él.
Interroga para saber si se está desviando mucho del tema y antes de recibir respuesta se apura a retomar la pregunta. “Nosotros lo que intentamos es poder darles un poco de lo que circula en Cooperanza que es un espacio de vida dentro de un espacio de muerte que es el que propone el hospital. Un espacio de salud, dentro de un espacio de enfermedad que propone el hospital”.
La asociación que conduce Nacarada constituye un modelo contra hegemónico y su propuesta busca romper, principalmente, con la estigmatización que se tiene respecto a la locura. “Nuestra idea es poder romper con eso y saber que uno va a encontrar un sujeto con partes oscuras y claras como tenemos todos, con luces y sombras pero es un sujeto de derecho cuya vida vale lo mismo que la de cualquiera de nosotros. Cuando uno puede romper con todo ese imaginario, se encuentra con otro del que tienen muchas cosas por aprender”.
Cooperanza busca hacer visible un proyecto que tiene que ver con la salud mental entendida como un tema de todos. Al respecto Diego Nacarada señala: “A veces los manicomios y todas las instituciones de encierro funcionan como esa tierra bajo la alfombra, que no se ve hasta que en algún momento explota. Y estaría bueno correr esa alfombra y que cada uno nos podamos hacer cargo de al menos una partecita de esa tierra. Seguramente estos espacios no existirían o bien, lo harían pero desde el lugar de alojar al otro ante una crisis que tenga que ver con un padecer psíquico que es real, concreto y existe, pero que eso no lo hace que quede por fuera, porque la persona no es solamente una patología, sino que tiene un montón de cosas más para transmitir, para desarrollar, para expresar, para decir”.
Desde esta lógica, la asociación se caracteriza por la ausencia de elementos distintivos entre los pacientes del Borda y el equipo de trabajo. No hay carteles con nombres ni guardapolvos ni nada que los diferencie ya que están todos cooperando. Esta elección se corresponde a un entender que recuerda que el saber se construye, circula. Esta idea, propuesta por la educación popular de Freire y aplicada en el trabajo de Cooperanza es expresada a través de su coordinador como “Nosotros rompemos un poco con esto del guardapolvo que nos pone en un lugar del saber, porque ese lugar de saber lo que construye es poder, entonces si te lo dice el médico, si te lo dice el psiquiatra es así. Es Dios, más o menos”. Tratamos de vincularnos con la persona, repite Nacarada una y otra vez. Y lo logran.
Desde hace más de dos décadas llevan adelante una propuesta concreta que se sostiene en el tiempo de manera alternativa y autogestiva. Han superado la crisis de los noventa, la de 2001, tiempos complicados para el trabajo dentro de una institución estatal como el Hospital Borda. En ese momento, para Cooperanza todo lo que acontecía en el contexto, se volvía texto y pasaba a formar parte de lo que le sucedía a cada uno de los presentes en el espacio.
Nacarada recuerda y otra vez, el tiempo atraviesa su historia y lo une a Cooperanza. Comenta que se acercó a este espacio, básicamente, por dos motivos: el primero y quizás el más importante, la muerte de su padre luego de una penosa enfermedad. “Previo a fallecer padeció cinco años de desocupación. Y eso me dio la posibilidad de convivir dentro de una familia donde había una persona desocupada quien por todo lo que tenía que ver con la crianza, los mandatos o lo que fuese, era el sostén de la casa. El quedarse sin trabajo lo condujo, durante esos cinco años, a un abandono, a un deterioro hacia su persona”. Teniendo que ver a su padre dejarse morir el joven sintió que, de alguna manera, eso que no pudo corregir en él, quizás podría hacerlo con otros: “Pude encontrar en Cooperanza todo lo que no pude reparar con mi viejo, con el contexto y la familia. En ese momento, el desocupado pasaba a ser un ser inservible para la sociedad”. Nacarada se detiene unos segundos, algo muy adentro suyo lo hace vacilar “muchas de esas cosas vi reflejadas en los muchachos del Hospital”.
La segunda razón que lo puso como coordinador general de esta práctica alternativa está relacionada a una cuestión personal y a un deseo de no dejarse absorber por el barrio. Él mismo lo explica con estas palabras: “No poder encontrar un camino, sentir que iba a quedar pegado a situaciones que tenían que ver con el barrio. Tal vez no hacer nada que tenga que ver con la vida, con el trabajo con otros, sino más bien algo un poco alienante. El sentir que no podía producir me hizo buscar una alternativa”
Cooperanza es uno de los espacios, junto a La Colifata y el Frente de Artistas que trabajan en el Hospital Borda y que proponen la desmanicomialización. Pero, ¿qué es la desmanicomialización?
“La Desmanicomialización implica romper un poco con esa institucionalización del paciente que llega a un punto en que está tan alienado que no encuentra respuesta a sus preguntas, no encuentra un lugar donde pueda volcar todo lo que le pasa, donde poder expresarse. Si bien Cooperanza en la Desmanicomialización tal vez entraría en un paso previo, que tiene que ver con alojar a pacientes que tienen un montón de años de institucionalización, pacientes que no tienen alguien que los pueda sostener afuera. Sería un paso previo para que después, sumándose a otro colectivo, pueda lograr esta externación, este transitar el afuera pero contenido, sostenido, que pueda encontrar una casa, un techo”.
La desmanicomialización no plantea que hay que tirar abajo los manicomios, sí que tienen que existir estos espacios asistenciales en determinados casos, por un tiempo corto y con internaciones breves.
La desmanicomialización se asocia a romper con la institución que al sujeto lo pone en un lugar de objeto, que lo cosifica, que hace que sus palabras no tengan peso, que no tengan ningún derecho. A través de esta alternativa terapéutica se busca evitar que los vínculos sociales que establece la persona que padece un trastorno, se disuelvan en el tiempo.
“El hospital es como una condena eterna, porque uno entra pero no sabe por cuanto tiempo. Incluso, se diferencia con una cárcel, porque en ese caso uno sabe cuántos años le dan de condena. Acá entraste por dos meses y tal vez hace diez años que estás”.
Actualmente, Cooperanza funciona como un espacio oficializado desde el hospital. Para la asociación, esto significó un reconocimiento a la labor que allí desempeña.
La práctica ejercida se desarrolla en el interior del Hospital Borda, sin embargo, ¿cómo se lleva adelante un proyecto que busca de alguna manera derribar el modelo manicomial, desde el interior del mismo? Es, simbólicamente, una lucha desde la panza del monstruo.
Nacarada explica que fue Alfredo Moffat quien pudo encontrar (y ellos mantener), una grieta en el sistema, y agrega: “Y esa grieta a nosotros nos parece que se puede modificar mucho más desde adentro. En ese “codo a codo” que muchas veces se transforma en “corazón a corazón”. Porque esa es la manera que tiene Cooperanza de relacionarse con los muchachos. Y trabajar desde el adentro nos permite modificar, pero con una propuesta concreta ante una realidad concreta”.
“Si nuestra postura fuese desde afuera algo nos faltaría. Algo de información, algo del contacto. Que nos parece que muchas veces se da en la formación en las universidades, donde hay un montón de teorización y después cuando ingresan al hospital y se encuentran con que la psicosis, la psicopatía, neurosis, las manipulaciones y todas estas cuestiones que lo habían leído en los libros les empiezan a hacer ruido porque la realidad les marca otra cosa”.
Asimismo este profesional como conductor de Cooperaza aclara que trabajar desde el adentro posibilita más cambios que si se ejerciera un trabajo desde el afuera. Sin embargo, es una labor que se complejiza dado que la Institución tiene un peso importante y muchas veces los “boicotea”. “Muchas veces en lugar de favorecer o correrse suelen ponernos trabas.
Y para poder pedir un aula, que los sábados están completamente desocupadas, 2 horas por sábado, tuvimos que perder una hora y media armando notas, pedir permisos…Y así y todo, a veces las conseguimos y a veces no. La institución en esas cuestiones sigue medio desaparecida”.
Este modelo alternativo al modelo manicomial, que tiene que ver con Cooperanza o con otras prácticas, sigue siendo resistido porque plantea una concepción del sujeto que se diferencia con la de una mera historia clínica. Sin embargo, para Nacarada y sus compañeros, en la asociación hay otros factores detrás que hacen que cualquier modelo alternativo no pueda ser instalado. Hay otros intereses en juego que vuelven al manicomio un negocio.
“Con estas instituciones (hospitales neuropsiquiátricos) se benefician un montón de actores. Pero los únicos actores que se tendrían que beneficiar y no lo hacen, son los pacientes”.
Desde mediados de 2008, un rumor enviado desde el gobierno de la Ciudad, llegó a la puerta del Borda, ingresó y mantuvo en vilo a todos sus pacientes y trabajadores. El Hospital José T. Borda estaba próximo a cerrarse.
“En el cierre lo que se planteaba era un negocio inmobiliario. Cerrar el hospital para abrir diez mini manicomios que iban a seguir sosteniendo la misma estructura, el mismo modelo hegemónico donde se exige que el sujeto sea de determinada manera. Y que no sea un sujeto con posibilidades potenciales y múltiples, que no es sólo una patología. Pero como este cambio cortaría un negocio, lo más interesante para el sistema es seguir conservándolo”.
Este recuerdo lo obligó a Nacarada a reflexionar sobre qué pasaría si los espacios alternativos como Cooperanza dejaran de existir en algún momento y el psicólogo social señaló que el modo en que la asociación puede llegar a desaparecer, es en lo relativo al espacio físico que ocupa del dentro del Hospital .
“El otro día empezamos a trabajar medio a largo plazo con la radio sobre qué pasaría con Cooperanza y con La Colifata si no estuviera el hospital. Y pensamos en rearmar un dispositivo, que tal vez sea un dispositivo móvil con el que se pueda ir a las plazas. Con la misma modalidad, pero trabajar en las plazas. De manera abierta. Esto sería también una pequeña alternativa ante la posibilidad de dejar de existir”.
De todas maneras, podrá desaparecer el Hospital, al igual que estas prácticas alternativas, pero la huella que dejaron estas personas estará presente en todos y cada uno de los que se hayan acercado a los patios del Borda y haya compartido con estos seres extraordinarios que coordinan y son coordinados. Y que sólo con saludarlos y compartir un sábado con ellos entenderían que la locura es parte de cada uno de nosotros.
“Creo que Cooperanza ya trascendió el tiempo y que va a seguir existiendo a pesar de que tal vez no haya tantos espacios. Pero bueno, de alguna manera la gente se sigue acercando. Los espacios de práctica siguen existiendo. Sigue viniendo gente. Como ustedes, que vienen de La Plata. Para cada una de las personas que se acercó, también de alguna manera dejamos una huella porque pudimos ser ese puente que les permitió romper con los típicos miedos, haber ingresado y encontrarse con otro mundo. Seguramente diferente al que traían desde el imaginario. Entonces, algo modificó. Modificó un montón en nosotros. Y a la gente que se acercó, algo le modificó. Entonces, por ahí, ya cobra como cierta dimensión eterna y pasa a ser algo atemporal”, concluye el joven de barba que se anima a ver las cosas de otra manera.
*Alumna del Taller de Producción Gráfica II, Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP. Extensión Moreno.
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